martes, 21 de julio de 2009

Sin Nombre

Las películas con temática sobre las inmigraciones latinoamericanas, y en el resto del mundo por igual, giran en torno a un tópico de fondo: La tragedia.

La tragedia se presenta desde todo aspecto, pues implica el cambio de las personas involucradas a su estilo de vida y a sus raíces por un fin mayor.

La cinta, Sin Nombre, muy bien dirigida por Cary Fukunaga nos muestra parte de este drama que viven miles de personas en diversas tierras, sus razones para escapar a su realidad histórica y personal van más allá de su amor por el suelo que los vio nacer.

La fotografía es lucida y puntuada, mostrando arto el problema de las condiciones inhumanas de los viajantes.

El montaje me pareció adecuado, simple y bastante armónico donde la historia se va hilando de forma amena, para narrar las desdichas de todos los personajes implicados.

La historia, por su parte, me pareció trillada, no aporta nada nuevo a la problemática de los inmigrantes latinos camino a Estados Unidos, detallada mil veces en mil otras historias pero sin proponer soluciones a las realidades que se dan y poniendo a EU como el paraiso americano.

Por otra parte, muestra a las Maras como organizaciones todopoderosas, dándoles más importancia en si que en su aspecto de gestores de miedo, las muestra sumamente organizadas, mejor equipadas que los mismos gobiernos, no brinda remedios a esta problemática local, por el contrario las ensalza y las vanagloria prestándoles una importancia que no merecen dentro de este contexto.

La actuación de Paulina Gaitan me agradó, la joven tiene futuro, pero lastimosamente su papel era voluble, poniendo en mal a la mujer latina, haciéndola ver como personas llevadas por los sentimientos, enamoradizas, inmaduras, caprichosas, que no piensan las consecuencias de sus actos, tontas, incrédulas y que se lanzan con el primero que les da una brizna de cariño. Ese retrato de la mujer latina en general me pareció vacio, lo comparé con el retrato de Bella, de la Bella y la Bestia, que piensa que con su gran amor podría cambiar al monstruo del que se enamoró. Esperaba mucho más de ese personaje.

Por el contrario el personaje de ¨El Casper¨ pudo explotarse más, con todo y la complejidad que se podía apreciar dentro de este individuo atormentado desde varios frentes, el amor arrebatado, la moral de sus actos, el destino que le esperaba y el dolor de su forma de vida, por desgracia, este personaje fue pesimamente personificado por Edgar Flores quién no vio la miríada de tonalidades emocionales que debía proyectar en su interpretación, le quedo grande el traje al actor.

La materia presentada no me pareció fresca, no se dieron soluciones, por el contrario, se le da mucha importancia a las Maras, al punto que se les muestra con un aura de organizaciones imparables.

Le pongo 3 Chompipes, se deja ver y en estos tiempos donde Honduras esta en el foco del mundo, contemplar parte de su problemática nos ayuda en el análisis del por qué ocurren las cosas que pasan en estos tiempos por esos lares.


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1 comentario:

wílliam venegas segura dijo...

En alguna ocasión, el pensador español Miguel de Unamuno dijo: “La historia no existe; solo existen historias”; tal es el concepto unamuniano de la intrahistoria, de que no solo las grandes hazañas comportan el avance histórico, sino también los hechos de los más humildes: los sin nombres, anónimos o sujetos sociales.
Adrede o no, este concepto está presente en la sentida película Sin nombre (2009), dirigida por Cary Fukunaga, filme mexicano producido con criterio de solidaridad por Gael García Bernal y Diego Luna (dato que la publicidad no explota en Costa Rica) y que ganó importantes premios en el Festival de Sundance, entre estos el de dirección, evidentemente lo que hace de Sin nombre una muy buena cinta.
El asunto es que Fukunaga, en este su primer largometraje, rueda y logra un filme donde vibra el compromiso social, con la mirada determinista del realismo o, más bien, del naturalismo literario y con la misma actitud que el actor Vittorio Gassman le daba al teatro. Sea así la paráfrasis: el cine no se hace solo para cantar las cosas, sino para cambiarlas.
El carácter de Sin nombre se forja en la tempestad mostrada, como lo pretendía Goethe para el talento, por eso hablamos de una película inteligente y, de aquí, muy sensible ante el tema que trata: la emigración de hondureños hacia Estados Unidos con el fin de salir de la miseria en que viven (un tema al pelo con la situación política de ese país ahora).
Es filme de tensión sostenida, exacta graduación en la intriga, dignidad conceptual, muy bien actuado desde el submundo mostrado y que no debemos perdernos. ¡Este es nuestro buen cine: latinoamericano!